Antropología de la adolescencia
Octavi Fullat Genís
Catedrático de Filosofía de la Educación
de la Universitat Autònoma de Barcelona
1- Introducción
El vocablo antropología proviene
de la palabra griega ánthropos, la cual apuntaba al ser humano, y de la
dicción logos que puede traducirse como aquello que hace que en un discurso haya
continuidad en vez de simple contigüidad fáctica entre las diferentes partes que componen
una actividad mental. En consecuencia la antropología designa un pensamiento
ordenado, sistemático, en torno al fenómeno humano.
Ahora
bien; en la historia del pensamiento occidental la antropología se ha modulado en tres corrientes de
formato epistemológico distinto: como ciencia natural, Antropología física, como ciencia social, Antropología cultural o Etnología
y como un saber acerca del sentido de lo
humano, Antropología filosófica. A las dos primeras las califico de ciencias porque
cumplen con la definición galileana de la misma. Contamos únicamente con discurso científico
de los fenómenos —aquello que aparece a la sensibilidad—, jamás de
posibles realidades metaempíricas. A la Antropología filosófica, por consiguiente, no le cuadra el
significante-significado ciencia puesto que aborda el sentido del hombre,
el cual sentido o significado no es nunca dato alguno, no es un factum mundano. En
todo caso será decisión de alguien a partir del acto de conciencia de la personal vida
biográfica.
En el presente apunte me
intereso solamente por la Antropología filosófica apasionándome,
consecuentemente, por lo que el ser humano no es todavía. Me importa el hombre en cuanto falta de
y en modo alguno a modo de sazón, de dato biológico y de dato psicosociológico. El ánthropos
me estimula en cuanto que es búsqueda y no encuentro u objeto o pedazo de
universo.
Divido la presente reflexión en
dos partes: el ser humano es de suyo una realidad inestable y frágil
tanto en su aspecto estructural como en el dinámico. Este respecto configura la primera
parte sirviéndome a su vez de ella para tratar la segunda:
la adolescencia se vertebra en
torno a la inestabilidad, situación que es preciso superar transitando a la etapa
siguiente, la adultez.
2- Inestabilidad humana radical
Ando convencido de que el
significado de las palabras, no así su significante, camina atado a la experiencia
colectiva de los pueblos. Utilizo palabra como elemento de una langue y no de la
parole; es decir, subrayo el hecho de pertenecer a un código y no a su uso lingüístico. Cours de
linguistique générale de Saussure.
El habla encierra significados
principalmente porque objetiva angustias, cavilaciones e inquietudes de
quienes se comunican a lo largo del proceso histórico.
Nuestra historia de Occidente
tiene su hontanar en el triángulo “Jerusalén-Atenas-Roma”; estos dos últimos
ángulos —gonos en griego es “ángulo”; trigonometría—,
estos dos últimos ángulos,
escribía, poseen Weltanschauungen emparentadas: mundo
grecorromano. Jerusalén
representa una cosmovisión aparte, distinta a radice. Basta con leer en hebreo las primeras
líneas del Bereshit para caer en la cuenta de ello.
Esta meditación a pesar de lo
que acabo de decir se limita a la manera de ver al
mundo propia de los griegos
prescindiendo de los otros dos orígenes.
Los vocablos configuran los
cauces por donde discurren las almas de los humanos. Motivado por esto
Heidegger invita a convertirnos en philólogoi, en enamorados de las palabras. Así
por ejemplo lo practica en su estudio sobre el ser que se puede leer en el capítulo II
de Einführung in die Metaphysik.
La bestia humana no es ni
natural del todo ni tampoco exclusivamente cultural; tiene
un pie en la physis —naturaleza— y el otro en la paideia —cultura.
Los alemanes
dirían que se encuentra entre la Natur o Aufgang y la Bildung.
La reflexión occidental
sobre la imagen —éidolon en griego, selem en hebreo, imago en
latín, Bild en alemán— y el modelo, del
cual es precisamente imagen o representación, arranca de los versículos 26 y 27 del
primer capítulo del libro bíblico Bereshit —en hebreo y Génesis en castellano—. Dice el versículo 26:
“Dios habló: —Hagamos el ser humano a imagen
nuestra —be-salmenu—,parecido a nosotros —ki-demutenu—.”
A caballo de los siglos XIII y
XIV el Maestro Eckhart comenta este texto relacionando imagen —Abbild—
y modelo —Urbild— a base de establecer entre ambos una relación viva,
vivida, apartándose del lazo mecánico y meramente formal. A pesar, sin embargo, de la casi
identificación que Eckhart sostiene hay que confesar que entre imagen y modelo, del cual
es imagen, se presenta una fisura insoslayable. Al ser humano se debe el que haya tal
hendidura. Entre el páncreas y la palabra páncreas no se da continuidad. Los lenguajes —astronómico,
físico, sociológico, filosófico… — no son otra cosa que imágenes, o
símbolos, de unos modelos, o referentes lingüísticos,
acerca de los cuales se
pretende hablar. Las palabras son imágenes simbólicas del
mundo.
La naturaleza despojada de
nuestra intervención simbólica, siendo los lenguajes nuestros símbolos primordiales,
es, toda ella, compacta, de una sola pieza; es decir, se limita a ser aquello que es y
nada más.
En cambio, desde el momento en que el ser humano introduce la cultura, o hermenéutica, no se hace otra cosa que colocar inestabilidad y desequilibrio que pasan a ser esenciales y en modo alguno accidentales.
En cambio, desde el momento en que el ser humano introduce la cultura, o hermenéutica, no se hace otra cosa que colocar inestabilidad y desequilibrio que pasan a ser esenciales y en modo alguno accidentales.
La noción alemana de Bildung
no sólo indica que se ha logrado una perfección humana merced al habla, sino que dice
más aún: se señala la necesidad de actualizar
constantemente la
perfectabilidad del hombre. El ser humano es tal no porque disponga de unos 10.000 millones de
neuronas, sino por el hecho de tener que producir sin desmayo cultura con la
necesidad de asimilarla.
Antes de plantearnos cuáles
sean las causas de un hecho resulta indispensable inteligirlo. Sólo después puede
abordarse la causalidad del mismo. Por otra parte, la faena de entender qué sea algo
acaba siendo proceso y no resultado. Por tal motivo nos pasamos la existencia entera
desgarrados, como divididos en dos partes persiguiendo, esto sí, la unidad.
¿Inútilmente?
La lengua griega dejó ya al
descubierto dicha dicotomía de lo humano. El niño engendrado por una madre era tekton
y asimismo era el resultado de trefo, de nutrición y de maduración como no importa
que otra bestia natural. En cambio, el término pais, paidós, incluye ya el significado de tener que educarse culturalmente. Debido a
eso Platón en el Pháidon —107
d— habla de paideia kai trophé, de formación moral y de régimen de vida, de cultura y
de naturaleza. La función de la paideia no es otra, según Aristóteles en Politiká —VII,
13, 1334, b—, que conducir hacia el logos valiéndose precisamente del propio logos.
En la esfera de la moral los
griegos subrayaron el lenguaje ético a base de separar lo natural y lo
cultural. El ser humano es ambas realidades: pathós y ethos, naturalidad y civilización,
temperamento y carácter. El pathós escapa a nuestro control; en cambio, el êthos, una
modalidad de ethos, pasa a ser resultado de razón y de voluntad. La naturalidad del pathós,
pasión, anda atada al thymos, ánimo, páthena, sufrimiento, órexis,
deseo, epithymía, arrebato. Las palabras latinas emotio, perturbatio, affectus… tradujeron pathós. Tanto el feeling inglés
como el Trieb alemán se sitúan en la misma línea semántica.
Frente al natural pathós se
planta el culto ethos. La lengua griega distinguió entre ethos y êthos;
el segundo, utilizado en singular, señaló el carácter adquirido con arrojo y esfuerzo. Por tal
motivo en Ethiká Nikomákheia —II, 1, 1103 a— Aristóteles escribió: “La virtud —areté— ética
—he ethiké—… no llega —egginetai— jamás en nuestras biografías de forma
natural”.
El
ánthropos tira adelante con un pie en la naturaleza —physis— y el
otro en la civilización — paideia —.
No consiste, pues, en existencia compacta, segura y asentada, sino en realidad resquebrajada,
insegura e inestable. La cultura nos fabrica
desgraciadamente grandiosos. Inesquivable.
¿Quiénes son los más dichosos? ni más ni menos que los necios y los
simplones, los gaznápiros; es decir, aquellos que ignoran
lenguas y lenguajes o casi.
Además el dolor del hombre
tiene en la civilización occidental otra causa de rotura fundamental. En el siglo XVII
francés los escritos de René Descartes dejan en sus puras carnes una escisión más
profunda y primordial. Este pensador plantea el tema en Discours
de la méthode —parte
cuarta—, en Meditationes de prima philosophia —segunda
meditación— y en Principia philosophiae —parte primera—
.
.
Je
pense, donc je suis.
Cógito, ergo sum.
S’il me trompe, je suis, j’existe.
Si
je doute, je pense, donc je suis.
Los animales, cachos o pedazos
de la naturaleza, saben cosas; algunos muchas, muchísimas. Ahora bien; no
saben que saben. El acto de conciencia del ser humano — ego cógito— fuerza a que el hombre se aperciba de su saber.
Lo conciencia nos arroja hacia el mundo pero al propio tiempo nos separa de él. Una cosa es me gusta este melocotón y otra harto distinta me doy cuenta de que me gusta este melocotón. En el acto merced al cual me apercibo, no hay gusto alguno de melocotón. El gusto de melocotón es aquello hacia lo cual tiende, sin abrazarlo nunca, el acto de conciencia que tengo de mi gusto. ¿Usted se atreve y me asegura que los chimpancés realizan también actos de conciencia? me lo creeré el día que uno de ellos venga de la selva y me lo explique; él, no usted. Y de la selva; no de un laboratorio de hombres de ciencia.
Lo conciencia nos arroja hacia el mundo pero al propio tiempo nos separa de él. Una cosa es me gusta este melocotón y otra harto distinta me doy cuenta de que me gusta este melocotón. En el acto merced al cual me apercibo, no hay gusto alguno de melocotón. El gusto de melocotón es aquello hacia lo cual tiende, sin abrazarlo nunca, el acto de conciencia que tengo de mi gusto. ¿Usted se atreve y me asegura que los chimpancés realizan también actos de conciencia? me lo creeré el día que uno de ellos venga de la selva y me lo explique; él, no usted. Y de la selva; no de un laboratorio de hombres de ciencia.
La cultura, paideia o Bildung,
nos raja partiéndonos en dos y abandonándonos inseguros porque nos aparta de la
solidez de las cosas naturales. La apercepción o acto de conciencia, por si fuera
poco lo anterior, remacha y redobla este tormento que es resultado de escisión, de
desequilibrio y de inseguridad. Francamente, el ser humano es inexorablemente animal trágico.
3- La adolescencia es
inestabilidad e inseguridad
Hemos considerado que aquello
que distingue a la bestia humana del resto de animales es ni más ni menos que
el hecho de existir de manera inestable, desprotegida, insegura. A continuación hago
ver de qué manera este desequilibrio antropológico básico se deja notar en un
desarrollo biográfico concreto.
En el seno de la civilización
occidental se han hecho presentes dos modelos de despliegue humano individual.
La Tekhné rhetoriké de Aristóteles —siglo IV a.C. — en
su libro II —12-14— establece
un paradigma de evolución biográfica centrado en el
punto máximo que queda
calificado de madurez, de edad adulta, de cada quien. Este
filósofo griego considera que
el estado adulto constituye la cima y culminación del grupo humano.
Dejó escrito: “Las edades humanas son:
juventud, madurez y vejez (…). Los jóvenes son propensos a las pasiones y a
llevar a cabo lo que desean (…). Son volubles y fácilmente se hartan de sus propios deseos
(…). Sus afanes son lacerantes, pero no grandes como acontece igualmente con la sed
y el hambre de los enfermos (…). El joven apetece pasar por alguien superior (…). Los
jóvenes disponen de mucho futuro y de poco pretérito (…). Prefieren lo hermoso antes
que lo conveniente (…). Viven más según el temperamento que conforme al
cálculo racional (…). Siempre pecan por exceso y por vehemencia (…). Imaginan
saberlo todo”.
Aristóteles presenta a esta
edad como frágil e insegura. En el otro extremo se
coloca la vejez, la cual
describe igualmente como etapa deficiente. Refiriéndose a los
ancianos se expresa así: “Por el hecho de haber vivido
ya muchos años (…) no están seguros de nada
(…). Son desconfiados a causa
de su propia experiencia (…). Son mezquinos y avaros
porque saben que la riqueza es
cosa difícil de adquirir y fácil de perder. Son cobardes y tienen miedo de todo (…). Viven
más de recuerdos que de esperanzas (…). Al fin y al
cabo la esperanza reside en el
futuro mientras que el recuerdo se instala en el pretérito”.
Entre este par de extremos
Aristóteles coloca a la akmé o plenitud humana a la cual denomina madurez. Se trata
de la etapa adulta. Su característica significativa reside
en el méson, moderación
o comedimiento. Escribe:
“La edad madura suma cuanto de
bueno tienen jóvenes y ancianos. De todo
aquello que las otras dos
edades poseen en exceso o bien en defecto, los adultos lo tienen
en su punto justo”.
La madurez constituye según
Aristóteles un valor ya que se trata de un
optimum descalificando de tal guisa tanto a la juventud como a la
vejez. El adulto ha
logrado ya el equilibrio; se
trata de alguien situado en la parte superior de la curva
formada por el crecimiento y la
decadencia.
Paralelamente a este modelo de
la Grecia clásica, basado en la biología y en la psicología, el siglo XVIII
europeo fabricó un segundo paradigma inspirado en el derecho
y en su concepto de mayoría de edad. Los alemanes Lessing y Kant proponen la madurez como ideal a seguir,
más allá de la edad psicobiológica. Ser adulto en este segundo modelo no es dato
natural alguno, sino únicamente un ideal, que implica independencia afectiva e
intelectual, ideal por cierto que tiene que conquistarse. La autonomía no llega con los
años; es preciso ganarla. La madurez pasa a ser un valor, un ideal, y en manera alguna un
hecho natural.
Estimo interesantes ambos
paradigmas hasta tal punto que concibo laadolescencia a la vez como dato
psicobiológico y como aquella situación que es necesario superar en función
del ideal de madurez que se acepte.
Tanto la etimología de la
palabra adulto como la del vocablo adolescencia abre
a reflexiones significativas.
El verbo latino adolescere significó: crecer, desarrollarse, aumentar, hacerse más grande.
Así el historiador romano Tácito escribió: Ver adolescit, la primavera crece o progresa.
El participio activo del verbo adolescere fue adolescens —genitivo: adolescentis—,
lo adolescente, aquello que comporta participar activamente del hecho de crecer. Uno se
halla en camino, está en proceso; no se ha abrazado aún la meta. Plauto, un autor romano
de comedias del período republicano, escribe refiriéndose a un joven: “adolescens moribus”,
de costumbres inmaduras, poco desarrolladas todavía.
El participio pasado del verbo adolescere
era adultus, el adulto, el crecido, el maduro, el desarrollado, el
mayor. Se participa ya del proceso de desarrollarse de manera pasiva, como lo ya obtenido,
como lo finalmente poseído. En este significado debe entenderse al escritor
latino Cicerón cuando refiriéndose a una ciudad la califica de Urbs adulta, de ciudad crecida, floreciente, próspera.
La psicología y la psiquiatría
del siglo XX han propuesto criterios de madurez que en la mayoría de casos son
normas y en modo alguno hechos observables. En esta dirección débese entender la
expresión Juan tiene ya cuarenta años, pero no es todavía adulto. Se supone que el adulto tiene que ser autónomo y responsable. Maurice
Debesse en el libro L’Adolescence replanteó
completamente el tema llevándolo a cabo desde una perspectiva exclusivamente
empírica.
Ofrezco mi visión que es el
resultado de la formación humanística recibida, la cual condiciona y hace posible
mi discurso, sin desatender, no obstante, las informaciones proporcionadas
por las ciencias positivas.
El ser humano no es dato alguno
yerto, sino proceso biográfico, el cual si no se
interrumpe brutalmente se
despliega en cinco secuencias: infancia, adolescencia, madurez, climaterio y vejez.
Estas etapas se inician con el nacimiento clausurándose con
la muerte. Infancia, madurez y ancianidad configuran momentos en los que la inestabilidad antropológica
categorial se manifiesta menos, inclusive da la impresión que se trata de momentos
seguros. En cambio, adolescencia y climaterio acusan con fuerza la estructura radical
del ánthropos dejando al desnudo tanto a la inseguridad como a la inestabilidad.
A los pequeños, a los infantes —más
o menos hasta los 11 años—, la confianza
y
la tranquilidad les vienen del exterior, de la familia, de la madre y del
padre. Se palpan
seguros por providencia pero no
por sí mismos. En cambio, entre los 11 años y los 25
los trastornos se convierten en
serios y permanentes. Si denominamos pubertad al
período comprendido entre los
12 y 16 años se descubre en esta secuencia que la
inestabilidad y desconcierto
poseen base hormonal, particularmente de hormonas
sexuales. Nada es como antes.
Tanto ellas como ellos se transforman en una realidad
nueva y tan diferentes se
autoperciben que no logran reconocerse. Superados los 16
años y hasta casi los 25 la
desazón y el desconcierto se desplazan desde el ámbito
psicobiológico hasta el social;
se trata de la época denominada juventud. Los jóvenes
procuran situarse
convenientemente en el seno de la sociedad. Pubertad y juventud
ofrecen dos caras sucesivas de
la adolescencia.
El hecho de ingresar en la
juventud implica además poder apercibirse por primera vez de la propia vida,
tanto de la biológica como de la biográfica. En estepreciso punto se presenta una
nueva causa de desequilibrio y de inseguridad: la toma de conciencia de la personal
existencia. El aumento del léxico, del dominio lingüístico,facilita dicha apercepción lo
cual, por cierto, trae desolación. La dicha es cosa de tontos, de cerdos dijo Bertrand
Russell.
En el momento histórico actual
de Occidente la adolescencia, que consiste en inseguridad, se prolonga más
allá de los 25 años. Con frecuencia este hecho obliga a retroceder psicológicamente
hacia la infancia a fin de disfrutar de nuevo de la protección
familiar en vez de tener la valentía de existir desde la autonomía y de la
madurez. No faltan algunos que
caen en la irresponsabilidad infantil. Se abandonan la
lucha y el esfuerzo buscando
cobijo en la familia como cuando eran menores de edad.
Se trata de una situación
trágico-cómica.
¿Qué caminos hasta hace poco
conducían a la edad adulta, a la emancipación y
a la responsabilidad? Estimo
que eran dos: crear una nueva familia y trabajar económica y socialmente a fin de no ser,
uno, estructuralmente dependiente como lo son el niño y el subnormal. Antes se alcanzaba
madurez afectiva y madurez sociolaboral.
Actualmente, en cambio, han
vuelto a ganar la perplejidad, la incertidumbre y la
irresolución. Los progenitores
vuelven a desempeñar el papel de papás, pero ahora lo
son de hijos que se presentan a
la vez mayores e infantiles. Triste y a la vez grotesco.
¿La culpa de este desorden? los
padres.
4- Conclusión
Terminando ya este bosquejo
advierto, en mí, cierto malestar a causa de ver como la estructura y la
dinámica fundamentales del ser humano, es decir su inestabilidad y su inseguridad
evolutivas, ganan cada día más terreno invadiendo inclusive el espacio reservado
antes a la edad adulta. Resulta ridículo que la juventud tenga que cubrirse con la piel
del chiquillo porque tiene miedo de ser adulto, de ser cabal y maduro. Debajo de las
faldas de mamá y cobijado por los dineros de papá.
Deplorable, lastimoso. Pero, de
hecho, este cáncer social invade cada día más territorio.
Y tengamos presente que las
causas socioeconómicas no explican totalmente este fenómeno
psíquico y social. ¿Qué nos depara el futuro?
Lola
Sem comentários:
Enviar um comentário