Repensar o ensino da Filosofia
"Defender la filosofía es
inseparable de repensar cómo enseñarla"
Marina Garcés publica 'Filosofía
inacabada', una invitación a devolver la filosofía a las calles como
herramienta para pensar lo común: "Si la sociedad no entiende que la
educación es un problema común está vencida"
Marina Garcés, autora de 'Filosofía inacabada'. / SANDRA LÁZARO |
Que la filosofía ha quedado marginada en el ámbito escolar y académico no
es ninguna novedad. La obra de cuatro o cinco pensadores que entran en los
exámenes de Selectividad es a menudo todo lo que el sistema educativo está
dispuesto a conceder a la filosofía. Como si en las escuelas no se dibujara ni
se pintara nunca, ni desde la guardería, y luego a los 15 años les enseñáramos
a los alumnos la obra de cuatro destacados pintores con la pretensión de que
entiendan qué es el arte. Así lo ejemplifica en esta entrevista Marina
Garcés, profesora de Filosofía en la Universidad de Zaragoza, que en su
nuevo libro Filosofía inacabada reflexiona sobre la
marginación de la filosofía, pero no sólo en el espacio educativo, también en
el académico o en el espacio público. ¿Su propuesta? Devolver la filosofía
a las calles, donde nació, de la interpelación entre personas, para poner
en cuestión (y quién sabe si reconstruir) nuestra forma de entender las relaciones
con -por ejemplo- la ciudad, la universidad, la política o, en definitiva, todo
lo que nos es común.
¿A qué responde el arrinconamiento de la filosofía en el currículo
educativo?
Responde obviamente a una orientación de la educación hacia un tipo de
formación muy procedimental y vacía de contenidos en las etapas básicas, y
hiperespecializadora, profesionalizadora y productora de conocimientos muy
rentables en las etapas superiores. En este esquema tan polarizado, la
formación crítica, de lenguajes fundamentales -de la música
al dibujo, de la filosofía también a las matemáticas-, todo lo que nos
forma para tener una relación creativa, autónoma y crítica con el mundo,
interesa muy poco. El arrinconamiento de la filosofía no es un problema de
una materia en concreto, sino de lo que significa formarse hoy.
Sí parece, sin embargo, que el caso de la filosofía es la máxima
expresión del destierro de unos conocimientos que no se consideran útiles para
el mundo laboral.
Porque no tiene contenidos propios. La filosofía no es una disciplina en el
sentido convencional, sino que es una determinada actitud en relación con lo
que sabemos, somos o pensamos. Su arrinconamiento tiene como consecuencia
neutralizar en las escuelas y universidades esta actitud. Es una
cuestión fundamental: ¿Somos capaces de relacionarnos de forma libre con lo que
somos y sabemos? ¿ Somos, a través del pensamiento filosófico, capaces de
ir al límite de lo que nos ha constituido? ¿ O de los presupuestos que nos
hacen mirar al mundo de una determinada manera? Que esto tenga un lugar
residual en el sistema educativo afecta al resto de
aprendizajes. Antiguamente, la filosofía se representaba como el tronco
del saber, no porque fuera la unidad sistemática de todas las ciencias, sino
porque por el tronco es por donde crece el árbol y pasa la savia. Es
por donde se conectan los diferentes saberes y ciencias en un terreno común.
En el libro también haces autocrítica. Afirmas que parte de este
arrinconamiento es culpa de la propia filosofía, que se ha recluido en el
ámbito académico.
Esta es la otra parte, sí. Si una dimensión tan importante de nuestro
legado cultural puede ser tan fácilmente arrinconada es porque la filosofía,
ahora entendida como una disciplina académica, se lo ha dejado hacer. Se
ha encerrado en sí misma, se ha autosatisfecho reconociéndose como un lugar
difícil, de tecnicismos accesibles sólo a unos cuantos... Ha neutralizado poco
a poco su potencia de interpelación y de necesidad colectiva. La filosofía
es difícil porque es crítica, no porque tenga que ser críptica. Y es
profundamente igualitaria, porque su interpelación se dirige a todo el que esté
dispuesto a cuestionarse.
Pero la filosofía para mucha gente sigue siendo aquella asignatura que se
imparte en el Bachillerato y que consiste en revisar el pensamiento de
cuatro o cinco filósofos que -¡sorpresa!- son los que salen en los exámenes de
Selectividad.
Esto es aberrante, es falsear el sentido mismo de práctica del pensamiento
filosófico. Pongo un ejemplo. Imagínate que en las escuelas no se
dibujara nunca, ni desde la guardería, y de repente, en Bachillerato, les
damos a los alumnos una asignatura de Historia del Arte compactada a
través de cinco artistas. ¿ Verdad que sería inverosímil? ¡ Pues es
lo que estamos haciendo con la filosofía! Nos llega compactada,
clasificada, convertida en una colección de señores y sus absurdas teorías, en
lugar de recibirlos como vidas inscritas en un tiempo y unos desafíos, que se
transforman a ellas y a sus entornos a través del pensamiento. Defender
la filosofía hoy es inseparable de repensar cómo enseñarla y hacerla llegar
desde los inicios de la escolaridad de una forma viva y arriesgada.
¿Qué margen tienen los maestros? A menudo los extensos currículos no
dejan tiempo....
Observa que asociamos enseñar a programar una asignatura. Educar, en
cambio, es enseñar a pensar y a relacionarnos libremente con lo que aprendemos.Aprender no
es adiestrar ni adquirir determinadas competencias descontextualizadas. No
se puede aprender sin pensar en el sentido de lo que aprendemos y de cómo lo
hacemos. Y esto vale para cualquier aprendizaje, desde el más práctico
hasta el más teórico y abstracto. Sin embargo no hay experiencia del
saber, que se transforma y nos transforma de manera siempre inacabada.Somos parte
de una historia, una cultura y unas circunstancias. ¿ Cómo podemos
inscribirnos en ellas con la capacidad de transformarlas libremente? Hoy,
muchos estudiantes sólo esperan instrucciones. Lo veo y lo sufro cada día
en la universidad, incluso a nivel de posgrado. ' Dime qué y cómo lo
tengo que hacer': esta es la actitud principal de un alumnado domesticado y
miedoso, acostumbrado a no tomar decisiones ni riesgos. A no perseguir sus
deseos ni sus necesidades, porque nadie se lo ha propuesto nunca.
Puede que muchos docentes hayan incorporado la pregunta y la
interrogación como forma de generar aprendizajes entre sus alumnos pero no
consideren que estén practicando la filosofía.
¡Claro! Como te decía, la filosofía no es un sector cerrado ni se debe
sacralizar como un momento aparte del resto del aprendizaje. Yo siempre
recuerdo que la filosofía nació en la calle porque había gente diversa que
podía encontrarse y interpelarse. Pero la filosofía no es cualquier forma
de pensar: es partir de la actitud que la relación con el conocimiento es de
deseo y no de posesión y que este deseo se puede compartir y someter a
discusión. Pide exigencia y rigor, estar dispuestos a pensar las cosas
hasta el final, hasta donde ya no sabemos qué más decir, hasta sacar consecuencias
nuevas, inventar conceptos que nos sirvan para relacionarnos con lo que pasa,
con lo que no sabemos como pensar, con lo que nos hace daño o miedo.
Marina Garcés, en un instante de la entrevista. / SANDRA LÁZARO |
En el libro citas a Nietzsche para evocar la función del maestro: "Es
aquel que hace levantar la cabeza de la corriente". ¿Qué entiendes por
ello?
Esta cita es de un ensayo donde Nietzsche explica por qué Schopenhauer fue
inicialmente su maestro aunque él no hubiera sido alumno directo suyo. Lo
que viene a decir es que todos vivimos con la cabeza dentro del agua, y nadie
puede sustraerse por sí mismo de la corriente. Es un gesto muy
bonito, porque lo que dice es que necesitamos a otro para empezar a mirar
las cosas de otra manera. Este otro no nos debe decir qué debemos pensar,
sólo ayudarnos a salir de la corriente.Es una relación que no subordina sino
que libera. Los maestros verdaderos son nuestros liberadores, dice
Nietzsche. Y esto puede valer para un gran pensador o profesor pero también
para cualquier persona, familiar o amigo, que pueda ejercer esta función en
nuestras vidas.
Tú, por ejemplo, eres profesora en la universidad. ¿ Cómo lo haces
para conseguir que tus alumnos levanten la cabeza de la corriente?
Lo que intento es transmitir el pensamiento como una experiencia
compartida: es decir, mostrar que pienso lo que estoy proponiendo que
ellos piensen. Esto quiere decir que los mismos materiales, lecturas y
referentes, pueden coger sentidos nuevos cuando los vuelvo a explicar, que no oculto
los puntos oscuros, lo que me cuesta entender o lo que me
remueve. También todo lo que me queda por comprender o por
descubrir. Las sensaciones, las incomodidades, los márgenes... también
forman parte de la aproximación a los textos y al conocimiento. Y lo que
es más importante de todo: siempre intento hacer un ejercicio de entrada y de
salida de los temas que nos permita preguntarnos por el sentido de lo que
estamos haciendo. No tiene ningún interés saber todo lo que
escribió, por ejemplo, Kant, sin ser capaces de preguntarnos qué sentido tiene
para nosotros hoy la experiencia de leerlo y discutirlo. Todo esto, sin
embargo, dadas las actuales características de la universidad, cada vez genera
más resistencia.
¿Resistencia de los estudiantes?
Sí, porque muchos estudiantes, a menudo inconscientemente, han asumido que
la universidad es un lugar donde no deben pasar demasiadas cosas, donde se va a
recoger información y referencias pero no a hacer una verdadera experiencia
transformadora. ¡ Incluso en la Facultad de Filosofía! Es el mensaje
que les da la universidad como institución actualmente: se propone cada vez más
como un lugar de circulación, de acceso a contenidos, a relaciones, a
profesores. Pero no como un lugar de veracidad, no como un espacio y un
tiempo donde experimentar, arriesgar, dudar... Cuando abres esta posibilidad
hay a quien se le enciende el deseo y la vida, y otros se protegen.
En Filosofía inacabada abordas también el
impacto de la globalización del conocimiento sobre las universidades. Debería
ser una buena noticia que el saber circulara sin barreras, pero tú ves riesgos
en ello. ¿Cuáles?
El mercado global del conocimiento, del que la universidad forma
parte, tiende a la estandarización. Más allá de la homogeneización
lingüística e ideológica, la estandarización impone unos mismos códigos de
funcionamiento y de valoración para diferentes problemas y
contenidos. Esto es lo que está pasando hoy en el mercado académico
global: investigues lo que investigues, lo hagas desde donde lo hagas, y tengas
el propósito que tengas, lo importante es seguir unos mismos protocolos de
reconocimiento, de publicación y de validación. Esto hace que el
contenido, finalmente, sea lo de menos y que el pensamiento, como compromiso,
quede neutralizado. Viajo bastante y con gente de disciplinas diversas y
cada vez más gente se queja hoy del mismo mal. Creo que pronto
veremos cambios en una nueva dirección, porque la estandarización actual
ha llegado a unos niveles insostenibles, que provocan una ausencia de sentido
terrible en la gente más joven que está trabajando en las universidades.
¿Dónde podemos encontrar formas más genuinas de generar y compartir
conocimiento?
Yo he aprendido mucho de la posibilidad de experimentar colectivamente en
las maneras como nos relacionamos con el pensamiento. Hablo, entre otros,
de mi relación con el proyecto de Espai en Blanc y desde él con muchos otros
que cruzan el compromiso político con la experimentación entre saberes y
lenguajes diferentes: las ciencias, las artes, la escritura y la acción.
É sta pienso que es la dirección que está tomando el conocimiento más
avanzado: lejos de cerrarse, abrirse institucionalmente y
socialmente. Sólo las universidades que lo entiendan y apuesten por estas
dinámicas realmente aportarán algo significativo en los próximos
tiempos. Aunque ahora estemos en un momento de involución y de cierre, no
hay alternativa a la necesidad de abrirnos a una nueva unidad del conocimiento.
¿Tiene que ver esto con que nunca hemos concebido el sistema educativo
como un espacio común?
Hemos caído en la trampa de pensar que la educación es lo que ocurre sólo
dentro de los centros educativos. Es una trampa muy cómoda pero muy
peligrosa, porque acabamos delegando nuestras vidas a unos profesionales, al
igual que en la política. Nos hemos convertido en usuarios, o peor, en
clientes de la educación al igual que lo somos de las instituciones
públicas. Yo creo absolutamente en la diversificación de los tiempos y de
las capacidades, en la necesidad de confiar en quien sabe hacer determinadas
cosas mejor que yo, por ejemplo, los médicos, los maestros, los campesinos o
los albañiles. Pero esto no significa desentendernos de problemas como la
educación, la salud, la alimentación o la vivienda. Si la sociedad no entiende
que la educación es un problema común está vencida. Como el aprendizaje
atraviesa todos los ámbitos de la vida, las soluciones no tienen que ser sólo
técnicas y profesionales.
¿En qué ámbitos piensas?
Un territorio fundamental para la educación son, por ejemplo, las
casas. Las hemos convertidas en meros lugares de paso, donde abrir la
nevera por la noche y ducharse por la mañana. C ada vez son menos espacios
de convivencia, de aprendizaje y de encuentro. ¿ Cómo y con quién queremos
vivir? ¿ Qué relaciones están en la base de nuestra relación con el
mundo? Sin abordar estas preguntas, la escuela se queda sola combatiendo
el horror. Por otra parte, también hemos convertido la calle en un mero
espacio de circulación: ¿Qué aprendemos al salir de casa? ¿ Con quiénes nos
encontramos? ¿ Quién nos habla? Nadie. Vivimos en espacios de
paso que conectan mundos cerrados, y para mí cambiar radicalmente la educación
debería ser convertir los espacios de circulación en espacios de encuentro
entre mundos abiertos.
Esto conecta con el concepto de las ciudades educadoras.
Cuando tienes niños pequeños, como yo ahora, vuelves a percibir de qué está
hecha realmente la ciudad que transitamos. Y no sólo ves los peligros,
sino que constatas que es impermeable. Los niños están cerrados en sus
espacios de juego, las tiendas son de autoservicio, las terrazas sólo permiten
sentarse al ciudadano-consumidor... Podríamos describir toda la vida de la
ciudad así. Por la ciudad vas deslizando, no te acoge. Cuando
voy con los niños por la calle pienso que es antieducativa 100%. Y para
evitarlo debes adquirir una actitud muy a contrapelo, algo gamberra y
terrorista: mirar a la gente a los ojos cuando te la
cruzas, sonreír a quien hace mala cara, preguntar cosas a la gente
con la que interactúas, abrir conversaciones donde no se esperan... Un
terrorismo contra la indiferencia, que casi siempre es recibido con
agradecimiento. Estamos muy apretados, pero muy solos.
Cuando eras pequeña, ¿la ciudad era más o menos educadora que ahora?
No tiendo a idealizar el pasado, como tampoco el mundo rural. Cada
sociedad tiene sus formas de violencia y de neutralización de la vida
colectiva. Barcelona es ahora más luminosa, colorida y aparentemente
acogedora que la del Eixample de los años 80 de mi infancia, que era inhóspita,
oscura y vacía. Pero no nos dejemos engañar. El deseo de una vida
colectiva más integrada y más activa sólo lo podemos realizar alzándonos
cotidianamente contra las formas de violencia y de aislamiento del propio
tiempo.
Marina Garcés, en un instante de la entrevista. / SANDRA LÁZARO |
14/02/2016 - 20:28h
Lola
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